domingo, 22 de marzo de 2020

"La Habana para un infante difunto" de Guillermo Cabrera Infante.





Editorial Seix Barral, Primera Edición Octubre de 1979.

Transitamos la lectura de "La habana para infante difunto" de Guillermo Cabrera Infante, en momentos de preocupaciones y angustias para un mundo que hasta el día de hoy desconoce el alcance y las consecuencias de esta pandemia. Consuelo de tonto o pasatiempo, esta lectura nos ha servido para abstraernos algunos momentos, quizá los necesarios, para no enloquecernos con tanto encierro preventivo.

"La habana para un infante difunto", a diferencia de su primer novela "Tres tristes tigres" abandonada a las pocas páginas, nos enganchó desde el inicio con sus descripciones de la Habana pre revolucionaria, sus juegos de palabras y cubanismos y una gran habilidad para narrar en primera persona los recuerdos de infancia y adolescencia del propio autor. Aunque el narrador en primera persona es innombrado durante las mas de 700 páginas, es un libro de memorias, que por los datos que nos van dando del personaje protagonista y hasta por el propio título del libro sabemos que se trata del propio Cabrera Infante.

La historia comienza con la mudanza de toda la familia del narrador a la Habana en 1941 en unas difíciles condiciones económicas:

..."pero mi padre no tenía un centavo. Fue mi madre a quien se le ocurrió pedir dinero prestado (mejor dicho, regalado: ¿Cómo y cuando se lo iba a devolver?..." (pág. 24).

Si bien no se narra con suficiencia y hasta por momentos se abordan livianamente los contextos sociales y políticos de Cuba, los padres de Cabrera Infante, ambos comunistas, deciden el traslado familiar a La Habana en medio de una serie de persecuciones en su pueblo, lo que finalmente deriva en esta especie de exilio interno. Para 1941 la realidad cubana pese a algunos avances -recordemos por ejemplo la revocación de la enmienda Platt en 1934- no mostraba cambios de fondo respecto a su situación de dependencia con EEUU y nisiquiera el propio sistema democrático generaba demasiado entusiasmo en una población acostumbrada y hasta resignada a una clase política totalmente corrupta. Eran los años de mandato constitucional de Batista, antes de ejercer el cargo con poderes dictatoriales. Pero estos no son los temas de preocupación de Cabrera Infante, al menos aquí, quien se aboca en esta novela a describir minuciosamente su iniciación sexual a partir de la adolescencia:

“Pero no es de la vida negativa que quiero escribir (aunque introducirá su metafísica en mi felicidad más de una vez), sino de la poca vida positiva que contuvieron esos años de mi adolescencia, comenzada con el ascenso de una escalera de mármol impoluto, de arquitectura en voluta y baranda barroca” (pág. 14 ).


La larguísima descripción de los aprendizajes de iniciación sexual que hace el autor en esta obra, van desde sus 11 años hasta aproximadamente los 30. Es decir que abarcan prácticamente dos décadas. En algunos capítulos -cuya extensión varían de 1 a 100 páginas- toman el protagonismo mujeres con las cuales el autor tuvo algún tipo de relación -uno pierde la cuenta de la cantidad porque se mencionan desde mujeres con las que sostuvo uno o dos contactos visuales, hasta mujeres con las que tuvo algún tipo de relación mas o menos duradera-. En otros casos toman el protagonismo lugares específicos, como el solar o falansterio, donde se muda la familia en La Habana ("Zulueta 408") o el cine. Aquí Cabrera Infante describe obsesivamente con lujo de detalles cada cine de La Habana: sus edificios, el público especifico que asistía a cada sala, los géneros de película que pasaba en cada una de ellas, etc. En esta extensa parte del libro nos acordamos de otros escritores que han mantenido una relación tan intensa con el cine como Manuel Puig. Dice Cabrera Infante:

“Mi amor fugaz por las mujeres se alió a mi pasión eterna, el cine” (pág. 126).

Me ha gustado "La Habana para un infante difunto", a pesar de que por momentos se vuelve extremadamente reiterativo. Las partes en que van apareciendo las distintas mujeres por momentos se vuelven reiterativas y a medida que avanza la lectura de esos capítulos uno percibe que la historia conduce a lugares poco interesantes. Mejora notablemente cuando se hace mención a situaciones especificas que ocurrieron en La Habana de los años 40s y primeros 50s o cuando se ahonda en descripciones de la cultura cubana y su idiosincrasia. Nos hubiera gustado que el autor hiciera más referencia a esto y diera menos lugar  a la enorme cantidad de personajes que no aportan en nada a la historia. Más allá de esta critica es una novela interesante, que también nos traslada inevitablemente a nuestras propias primeras vivencias sexuales y afectivas de la adolescencia. De alguna manera las torpezas, los pudores, los prejuicios y otras tantas cosas se repiten más allá de las épocas, culturas y nacionalidades.

El balance de la lectura de "La Habana para un infante difunto" es positivo y nos motiva a leer en algún momento "La ninfa inconstante" que hemos visto en algunas mesas de saldo en una bonita edición. Solo resta esperar que no la abandonemos como lo hicimos con "Tres tristes tigres".











 



2 comentarios:

  1. Hermosa reseña de este autor cubano..me induce a buscarla y leerla...a pesar de su extensión

    ResponderBorrar