miércoles, 25 de marzo de 2020

"Los colores de la montaña"

Director: Carlos César Arbeláez (2010)

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En 2014 semanas después de la ruptura de una relación de unos 4 años me subí por primera vez en la vida a un avión. El destino era Colombia con escalas en Chile y Perú. No estaba programado en el viaje hacer la costa caribeña -que pudimos conocer dos años después-, sino visitar lo que más nos gustan: las ciudades. Trazamos la ruta del llamado "Eje cafetero" y en casi 3 semanas de viaje visitamos Bogotá, Armenia, Pereira, Manizales, Medellín y por último, fuera de ruta, Cali. En este primer viaje a Colombia, la primera noche de Hostel en Bogotá es que vi "Los Colores de la montaña".

La trama de "Los colores de la montaña" de Carlos Abelaez es bien sencilla. En un pueblo de montaña el día de su cumpleaños Manuel recibe de regalo de sus padres una pelota de fútbol y un par de guantes de arquero. La alegría y el agradecimiento de Manuel hacia sus humildes padres es tanta que esa misma noche dormirá con los guantes puestos y abrazado a su pelota. Pero es poco lo que Manuel y el resto de sus amigos -Julián, "pocas luces" y otros- van a disfrutar del nuevo balón. Iniciado el "picado", la pelota se les va afuera de la cancha y la discusión ya no será la típica de cualquier potrero del mundo, cuando sucede esta situación (“¿Quién va a buscar el esférico?”). La diferencia será abismal y la podemos resumir de la siguiente forma: "Cómo recuperamos la pelota que acaba de caer en la zona minada".

Según un informe de la ONU del año 2008, Colombia encabeza el listado de países con más cantidad de su superficie cubierta de minas antipersonales, con presencia en más del 60% de sus municipios. Las minas antipersonales y los desplazamientos forzados –que también son parte del tratamiento de la película- son los capítulos más dramáticos de un conflicto entre las guerrillas y el Estado colombiano que ya lleva décadas y que pareciera no terminar nunca (file:///C:/Users/jjcas/Downloads/3109-Texto%20del%20art%C3%ADculo-10492-2-10-20120712.pdf).

“Los colores de la montaña” nos describe sin exageraciones ni pretensiones la vida cotidiana de las familias campesinas, con sus ocupaciones y preocupaciones diarias. El trabajo de todos los días de hombres y mujeres en la cría de animales, en los cultivos, los tejidos y luego la venta en el mercado del pueblo. Pero también la vida de los niños, ayudando a sus padres en el trabajo, yendo a la escuela de vez en cuando y forjando amistades que permiten que la vida sea digna de ser vivida en medio de tanto dolor. Ambos, adultos y niños, a su forma parecen ser conscientes de la fragilidad de la permanencia en sus propias tierras. Las presiones diarias de colaborar con uno u otro bando terminan por llevar en el mejor de los casos a abandonar la tierra y en el peor a perder la propia vida.

Como docente no puedo dejar de lado al personaje de la profesora Carmen, que llega al pueblo cargada de ilusiones pero sobre todo de fuertes convicciones. “La escuela se respeta” nos dice mientras sus alumnos pintan montañas, animales y todo lo que los representa, tapando los mensajes de violencia y muerte de los contendientes. Pero las ilusiones van encontrando los obstáculos de la realidad y todos los días se tacha un niño de la lista que ya no vive más en el poblado. Y el aula se va vaciando hasta que las lágrimas inundan el escritorio de Carmen,que sostiene lo que ya nada puede sostener. La escena de la profesora corriendo y escapando ante la mirada de lxs pocxs niñxs que quedan, es una derrota que nos duele como siempre duelen este tipo de derrotas.


Murales en una de las comunas (creo que era la N 1) en Medellín, homenaje a las víctimas del conflicto. De un lado los desplazados (la mayoria familias campesinas que se ven obligadas a abandonar sus hogares, ya sea por paramilitares o por vivir en zonas de conflicto entre guerrilla y ejercito).Del otro lado, las victimas de las minas antipersonales. La fotografía es del viaje a Colombia en 2014.

“Los colores de la montaña” evita caer en escenas morbosas de violencia explícita como lo hace una parte del cine colombiano que más llegada ha tenido en el mercado. Sin embardo aquí también la violencia lo impregna todo: en cada diálogo de los adultos que se debaten entre abandonarlo todo y migrar o morir en sus tierras, mientras en los primeros planos vemos a los niños jugar, en los campesinos que huyen casi sin poder hablar con sus vecinos, en las escuelas usadas como centros de operaciones para la guerra o la tortura o en los animales que salen estallados cuando pisan el campo minado. La única deficiencia que encontramos son los diálogos que no llegamos a entender por la rapidez con la que hablan lxsniños o quizá por algún problema técnico del sonido. Fuera de eso por su belleza y sinceridad “Los colores de la montaña” merece ser vista.

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