"Hijo de hombre" de Augusto Roa Bastos
Seix Barral, Barcelona.1985.
A fines de 2011, al terminar la facultad, decidí empezar a
leer con cierta necesidad novelas que había ido comprando en los años de
cursadas y que se fueron acumulando con la invisible etiqueta de
"pendientes". Como se sabe lo que se compra es infinitamente superior a lo que uno termina leyendo. Algunas de las novelas que compré en aquellos años
pertenecían al llamado "Boom latinoamericano" y entre esa pila de
libros me reencontré estos días con "Hijo de hombre" del paraguayo
Augusto Roa Bastos. Fue un gran hallazgo y una invitación a seguir con las
otras dos que completan la trilogía de novelas del autor, "Yo, el supremo"(1974)
y "El fiscal" (1993).
"Hijo de Hombre" está compuesta en la edición de
Seix Barral de 1985 -la otra edición de Sudamericana cuenta con un capítulo
adicional- por nueve capítulos que al principio no parecen tener mucha conexión
unos con otros -incluso podríamos tomar perfectamente cada capítulo como un
cuento- pero al ir avanzando en la lectura se va produciendo la conexión necesaria
entre personajes que se repiten y/o mismas situaciones que se van narrando
desde distintas miradas y en una
temporalidad que no es lineal. Roa Bastos ubica temporalmente su relato en las
primeras tres décadas del siglo XX, tomando como referencia y hechos históricos
los levantamientos campesinos de 1912 y la segunda tragedia bélica del Paraguay,
la Guerra del Chaco (década del 30).
En el primer capítulo que lleva el nombre de la novela, "Hijo de Hombre", un hombre
recuerda los años de su infancia en un pueblito llamado Itapé, en la época que
el viejo Macario -hijo de un esclavo del dictador Francia- contaba la vida de
su sobrino Gaspar Mora. Este hombre llamado Gaspar Mora, era un músico y lutier
muy querido en el pueblo que al enfermarse de lepra tuvo que recluirse en el
monte para cumplir con el aislamiento al que estaban obligados los enfermos.
Allí, en su aislamiento, construyó una figura de cristo en madera que al morir
sus personas más cercanas encontraron y decidieron llevar a la iglesia para que
sea venerada. Esta situación generó una especie de cisma guaraní, entre quienes
defendían el legado de Gaspar Mora y quienes desde la jerarquía eclesiástica lo
acusaban de hereje.
En el segundo capítulo titulado "Madera y carne", la historia se traslada a Sapukai y se
centra en la llegada misteriosa de un forastero al que apodaron "el
doctor" -según uno de los pueblerinos, Alexis Duvrosky- de comportamiento
extraño y motivo de interminables habladurías y versiones sobre él, entre los
vecinos de Sapukai. Al poco tiempo de llegar al pueblo y después de algunos
episodios confusos, “El doctor” comenzó a ayudar y a prestar servicios médicos
a la población de Sapukai, fundando además, el leprosario. Un día "El
doctor” desaparece misteriosamente y en su sitio de trabajo encuentran un
montón de imágenes hachadas que son interpretadas por los vecinos como un acto
de herejía.
En el tercer capítulo titulado "Estaciones", un adolescente viaja en tren desde Itapé
hasta Asunción para iniciar sus estudios en la escuela militar, motivada por
los deseos de sus padres, acompañado de una joven mujer y su hijo. Madre e hijo
emprenden el viaje por la mala salud del pequeño y para visitar al hombre de la
familia, que se encuentra preso luego de ser acusado de participar en el
sublevación campesina de la que ya teníamos información en el capítulo anterior
y que había terminado siendo aplastada por el gobierno con la explosión
intencional del tren que transportaba a los revolucionarios.
En el cuarto capítulo, titulado "Éxodo", Casiano Jara -uno de los líderes del
levantamiento campesino frustrado-, su esposa Natí y su hijo recién nacido -que
volveremos a saber de él siendo ya adulto en los capítulos siguientes-
emprenden una huida desesperada por el yerbal de Takurú-Pukú adonde habían sido
recluidos tras la revolución fallida. Sin dudas este capítulo es el más
alucinante de la novela por cómo el autor relata magistralmente la huida de
esta familia por el monte con sus perseguidores pisándole los tobillos,
acompañados de sus feroces perros y armados hasta los dientes. También en este
capítulo Roa Bastos hace una descripción de la explotación inhumana a la que se
les sometía a los trabajadores de los yerbales. Vale la pena citar un pequeño
fragmento de este relato:
"El cantar
bilingue y anónimo hablaba de esos hombres que trabajaban bajo el látigo todos
los días del año y descansaban no más que el viernes santo, como descolgados
también ellos un solo día de sus cruz, pero sin resurrección de gloria como el
Otro, porque esos cristos descalzos y oscuros morían de verdad irredentos,
olvidados. No sólo en los yerbales de la industria paraguaya, sino también en
los demás feudos. Enquistados como un cáncer en el riñón forestal de la
República, a tres siglos de distancia prolongaban, haciéndolas añorar como
idílicas y patriarcales, las delicias del imperio jesuítico" (pág. 82, 83).
En el quinto capítulo, titulado “Hogar”, Miguel Vera el niño que escuchaba los relatos de Macario y
que luego se muda Asunción para cursar la carrera militar regresa en la
historia ya convertido en adulto y entra en contacto con Cristobal Jara
(también ya adulto), hijo de Casiano y Natí. Cristóbal Jara junto a otros
revolucionarios convocan a Miguel Vera a sumarse a una nueva revolución que se
está orquestando en la clandestinidad. A pesar de la oferta para que éste lidere
la revolución, Miguel Vera no parece convencerse del todo. En el siguiente capítulo
nos enteraremos de su participación en la nueva revuelta.
En el sexto capítulo, titulado “Fiesta”, nos enteramos del fracaso de la última revolución que
terminó con más ejecuciones que arrestos y que Cristobal Jara es intensamente
buscado tras su huida (repitiendo unas vez más la historia de sus padres con él
siendo un recién nacido). Por otro lado, la situación de Miguel Vera se
complica ya que es interrogado por la policía luego de que ebrio en un bar
reconociera su participación en la revuelta. Cierra este capítulo con Cristobal
Jara sorprendiendo a todos apareciendo en los festejos de la contrarrevolución
victoriosa.
En el séptimo capítulo, titulado “Destinados”, la forma de la narración cambia completamente y nos
encontramos con un diario que detalla los días de prisión de Miguel Vera y su
posterior participación en la Guerra del Chaco. Allí se detalla, primero, los
días en el confinamiento militar de “Peña Hermosa” junto a una cincuentena de
presos, sus guardias y jefes militares. Los días transcurren monótonos hasta el
llamado a participar en la guerra contra los bolivianos que reclaman un
territorio de definición limítrofe poco clara. En este llamado general también
nos enteramos de la suerte de Cristobal Jara,
"entre los
camiones requisados para el cuartel maestre, reconocí de pronto la charata
ladrillera de Sapukai. Al volante, como era de esperarse, Cristobal Jara, el
único evadido del Estero. Lo vi detrás de la cortina. Pero era él, estoy
seguro. El huesudo y negro perfil, tendido hacia adelante. Taciturno y
reconcentrado como siempre. En otro camión iba Silvestre Aquino. De poco les ha
servido escapar. La guerra, pues, los ha vuelto a rehabilitar también a ellos
transformándolos de forzados políticos en galeotes del agua para los frentes de
lucha, donde se va a llevar el honor nacional" (pág. 188).
En el octavo y anteúltimo capítulo titulado "Misión", Cristóbal Jara
queda a cargo de una arriesgada misión, junto a Silvestre Aquino y una
enfermera (María Encarnación), enamorada de Cristóbal. La misión consiste en
transportar los camiones con agua para abastecer a los soldados paraguayos a
través de todo el frente de combate y arriesgando peligrosamente sus vidas. En
este capítulo del libro está basada la película de Lucas Demare titulada
"Hijo de hombre"(Choferes del Chaco) del año 1961. Finalmente, la
novela cierra con las memorias de un Miguel Vera convertido en Alcalde en el
último capítulo titulado "Ex
combatientes".

Francisco Rabal y Olga Zubarry en la película "Hijo de Hombre", dirigida por Lucas Demare en 1961 y con participación en el guión del propio Augusto Roa Bastos.
Como decíamos da la impresión que el autor intenta narrar
varias historias más que construir el relato típico de la novela. Pero vemos
algunos denominadores comunes o elementos recurrentes que se repiten en cada
capítulo. El ferrocarril (que pudo transportar el progreso pero también la
barbarie), el cometa Halley de 1910 que marca el destino de algunos de los personajes
y hasta de la fundación de un pueblo, el tema de la lepra y el leprosario y
quizá el más importante, la sed. En cada capítulo reaparece con fuerza esta
necesidad fisiológica tan elemental y que oprime en cada uno de los escenarios
donde transcurre la novela. La sed persigue y azota a campesinos, fugitivos,
revolucionarios y soldados. Saciar esta necesidad es la clave para consumar
tanto una fuga o para ganar la guerra, según las palabras del Mariscal
Estigarribia.
En esta novela Augusto Roa Bastos a través de su relato ha
intentado retractar una historia social y política del Paraguay de principio
del siglo XX pero que tiene su equivalente en casi todos los países América
Latina. El despotismo más cruel ya sea desde la jerarquía eclesiástica,
militar o el de las oligarquías, que concentran todo el poder económico, de los
recursos naturales y hasta de las vidas de las personas. Pero también la lucha
de hombres y mujeres para vivir dignamente, para dejar una tierra mejor a las
generaciones venideras. O al menos para dejar UNA tierra. Esa lucha por la
libertad está teñida de sacrificios, propios y ajenos, pero siempre con un
horizonte claro y definido que es cambiar una situación de miseria y
marginalidad. Pero la Historia parece repetirse una y otra vez en un suelo que pareciera haber quedado "encallado en el atraso del día del génesis".
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