domingo, 5 de abril de 2020

"Hijo de hombre" de Augusto Roa Bastos

Seix Barral, Barcelona.1985.




A fines de 2011, al terminar la facultad, decidí empezar a leer con cierta necesidad novelas que había ido comprando en los años de cursadas y que se fueron acumulando con la invisible etiqueta de "pendientes". Como se sabe lo que se compra es infinitamente superior a lo que uno termina leyendo. Algunas de las novelas que compré en aquellos años pertenecían al llamado "Boom latinoamericano" y entre esa pila de libros me reencontré estos días con "Hijo de hombre" del paraguayo Augusto Roa Bastos. Fue un gran hallazgo y una invitación a seguir con las otras dos que completan la trilogía de novelas del autor, "Yo, el supremo"(1974) y "El fiscal" (1993).

"Hijo de Hombre" está compuesta en la edición de Seix Barral de 1985 -la otra edición de Sudamericana cuenta con un capítulo adicional- por nueve capítulos que al principio no parecen tener mucha conexión unos con otros -incluso podríamos tomar perfectamente cada capítulo como un cuento- pero al ir avanzando en la lectura se va produciendo la conexión necesaria entre personajes que se repiten y/o mismas situaciones que se van narrando desde distintas miradas y en una temporalidad que no es lineal. Roa Bastos ubica temporalmente su relato en las primeras tres décadas del siglo XX, tomando como referencia y hechos históricos los levantamientos campesinos de 1912 y la segunda tragedia bélica del Paraguay, la Guerra del Chaco (década del 30).

En el primer capítulo que lleva el nombre de la novela, "Hijo de Hombre", un hombre recuerda los años de su infancia en un pueblito llamado Itapé, en la época que el viejo Macario -hijo de un esclavo del dictador Francia- contaba la vida de su sobrino Gaspar Mora. Este hombre llamado Gaspar Mora, era un músico y lutier muy querido en el pueblo que al enfermarse de lepra tuvo que recluirse en el monte para cumplir con el aislamiento al que estaban obligados los enfermos. Allí, en su aislamiento, construyó una figura de cristo en madera que al morir sus personas más cercanas encontraron y decidieron llevar a la iglesia para que sea venerada. Esta situación generó una especie de cisma guaraní, entre quienes defendían el legado de Gaspar Mora y quienes desde la jerarquía eclesiástica lo acusaban de hereje.

En el segundo capítulo titulado "Madera y carne", la historia se traslada a Sapukai y se centra en la llegada misteriosa de un forastero al que apodaron "el doctor" -según uno de los pueblerinos, Alexis Duvrosky- de comportamiento extraño y motivo de interminables habladurías y versiones sobre él, entre los vecinos de Sapukai. Al poco tiempo de llegar al pueblo y después de algunos episodios confusos, “El doctor” comenzó a ayudar y a prestar servicios médicos a la población de Sapukai, fundando además, el leprosario. Un día "El doctor” desaparece misteriosamente y en su sitio de trabajo encuentran un montón de imágenes hachadas que son interpretadas por los vecinos como un acto de herejía.

En el tercer capítulo titulado "Estaciones", un adolescente viaja en tren desde Itapé hasta Asunción para iniciar sus estudios en la escuela militar, motivada por los deseos de sus padres, acompañado de una joven mujer y su hijo. Madre e hijo emprenden el viaje por la mala salud del pequeño y para visitar al hombre de la familia, que se encuentra preso luego de ser acusado de participar en el sublevación campesina de la que ya teníamos información en el capítulo anterior y que había terminado siendo aplastada por el gobierno con la explosión intencional del tren que transportaba a los revolucionarios.

En el cuarto capítulo, titulado "Éxodo", Casiano Jara -uno de los líderes del levantamiento campesino frustrado-, su esposa Natí y su hijo recién nacido -que volveremos a saber de él siendo ya adulto en los capítulos siguientes- emprenden una huida desesperada por el yerbal de Takurú-Pukú adonde habían sido recluidos tras la revolución fallida. Sin dudas este capítulo es el más alucinante de la novela por cómo el autor relata magistralmente la huida de esta familia por el monte con sus perseguidores pisándole los tobillos, acompañados de sus feroces perros y armados hasta los dientes. También en este capítulo Roa Bastos hace una descripción de la explotación inhumana a la que se les sometía a los trabajadores de los yerbales. Vale la pena citar un pequeño fragmento de este relato:

"El cantar bilingue y anónimo hablaba de esos hombres que trabajaban bajo el látigo todos los días del año y descansaban no más que el viernes santo, como descolgados también ellos un solo día de sus cruz, pero sin resurrección de gloria como el Otro, porque esos cristos descalzos y oscuros morían de verdad irredentos, olvidados. No sólo en los yerbales de la industria paraguaya, sino también en los demás feudos. Enquistados como un cáncer en el riñón forestal de la República, a tres siglos de distancia prolongaban, haciéndolas añorar como idílicas y patriarcales, las delicias del imperio jesuítico" (pág. 82, 83).

En el quinto capítulo, titulado “Hogar”, Miguel Vera el niño que escuchaba los relatos de Macario y que luego se muda Asunción para cursar la carrera militar regresa en la historia ya convertido en adulto y entra en contacto con Cristobal Jara (también ya adulto), hijo de Casiano y Natí. Cristóbal Jara junto a otros revolucionarios convocan a Miguel Vera a sumarse a una nueva revolución que se está orquestando en la clandestinidad. A pesar de la oferta para que éste lidere la revolución, Miguel Vera no parece convencerse del todo. En el siguiente capítulo nos enteraremos de su participación en la nueva revuelta.

En el sexto capítulo, titulado “Fiesta”, nos enteramos del fracaso de la última revolución que terminó con más ejecuciones que arrestos y que Cristobal Jara es intensamente buscado tras su huida (repitiendo unas vez más la historia de sus padres con él siendo un recién nacido). Por otro lado, la situación de Miguel Vera se complica ya que es interrogado por la policía luego de que ebrio en un bar reconociera su participación en la revuelta. Cierra este capítulo con Cristobal Jara sorprendiendo a todos apareciendo en los festejos de la contrarrevolución victoriosa.

En el séptimo capítulo, titulado “Destinados”, la forma de la narración cambia completamente y nos encontramos con un diario que detalla los días de prisión de Miguel Vera y su posterior participación en la Guerra del Chaco. Allí se detalla, primero, los días en el confinamiento militar de “Peña Hermosa” junto a una cincuentena de presos, sus guardias y jefes militares. Los días transcurren monótonos hasta el llamado a participar en la guerra contra los bolivianos que reclaman un territorio de definición limítrofe poco clara. En este llamado general también nos enteramos de la suerte de Cristobal Jara,

"entre los camiones requisados para el cuartel maestre, reconocí de pronto la charata ladrillera de Sapukai. Al volante, como era de esperarse, Cristobal Jara, el único evadido del Estero. Lo vi detrás de la cortina. Pero era él, estoy seguro. El huesudo y negro perfil, tendido hacia adelante. Taciturno y reconcentrado como siempre. En otro camión iba Silvestre Aquino. De poco les ha servido escapar. La guerra, pues, los ha vuelto a rehabilitar también a ellos transformándolos de forzados políticos en galeotes del agua para los frentes de lucha, donde se va a llevar el honor nacional" (pág. 188).

En el octavo y anteúltimo capítulo titulado "Misión", Cristóbal Jara queda a cargo de una arriesgada misión, junto a Silvestre Aquino y una enfermera (María Encarnación), enamorada de Cristóbal. La misión consiste en transportar los camiones con agua para abastecer a los soldados paraguayos a través de todo el frente de combate y arriesgando peligrosamente sus vidas. En este capítulo del libro está basada la película de Lucas Demare titulada "Hijo de hombre"(Choferes del Chaco) del año 1961. Finalmente, la novela cierra con las memorias de un Miguel Vera convertido en Alcalde en el último capítulo titulado "Ex combatientes".


 Hijo de Hombre” hoy en el “Ciclo Roa Cineasta” - Artes y ...
Francisco Rabal y Olga Zubarry en la película "Hijo de Hombre", dirigida por Lucas Demare en 1961 y con participación en el guión del propio Augusto Roa Bastos.


Como decíamos da la impresión que el autor intenta narrar varias historias más que construir el relato típico de la novela. Pero vemos algunos denominadores comunes o elementos recurrentes que se repiten en cada capítulo. El ferrocarril (que pudo transportar el progreso pero también la barbarie), el cometa Halley de 1910 que marca el destino de algunos de los personajes y hasta de la fundación de un pueblo, el tema de la lepra y el leprosario y quizá el más importante, la sed. En cada capítulo reaparece con fuerza esta necesidad fisiológica tan elemental y que oprime en cada uno de los escenarios donde transcurre la novela. La sed persigue y azota a campesinos, fugitivos, revolucionarios y soldados. Saciar esta necesidad es la clave para consumar tanto una fuga o para ganar la guerra, según las palabras del Mariscal Estigarribia.

En esta novela Augusto Roa Bastos a través de su relato ha intentado retractar una historia social y política del Paraguay de principio del siglo XX pero que tiene su equivalente en casi todos los países América Latina. El despotismo más cruel ya sea desde la jerarquía eclesiástica, militar o el de las oligarquías, que concentran todo el poder económico, de los recursos naturales y hasta de las vidas de las personas. Pero también la lucha de hombres y mujeres para vivir dignamente, para dejar una tierra mejor a las generaciones venideras. O al menos para dejar UNA tierra. Esa lucha por la libertad está teñida de sacrificios, propios y ajenos, pero siempre con un horizonte claro y definido que es cambiar una situación de miseria y marginalidad. Pero la Historia parece repetirse una y otra vez en un suelo que pareciera haber quedado "encallado en el atraso del día del génesis".










No hay comentarios.:

Publicar un comentario