sábado, 14 de noviembre de 2020

 La casa

La casa está vacía, está desordenada. Vacía literalmente no, lo más preciso sería decir media vacía porque ahí están mis cosas congeladas, petrificadas como quedaron hace unos tres meses atrás. Pero desordenada sí, porque lo que se conocía como orden ya no existe más.

A pesar de ser mediados de septiembre la casa está fría, igual que en los últimos tres septiembres donde cada día o cada noche, se escogía uno de los ambientes para calefaccionar y solo un rato, para evitar que las vetustas instalaciones eléctricas colapsaran.

Si un extraño ingresara a la casa podría asegurar que está deshabitada, a pesar de que haya muchos libros y mucha ropa tirada por todos lados. Porque no son los objetos lo que dan indicios de una casa habitada. Para que esto suceda se necesitan otros signos que todos conocemos y sabemos que siempre son y serán inmateriales.

La casa se parece mucho más a la de hace cuatro años, que a la de los últimos tres meses atrás. En aquel entonces un viudo abatido y visiblemente cansado, luego de lo sucedido con su esposa y de pactar un regreso a su ciudad de origen decidió abandonar la que fue su casa por unos doce años. La casa es expulsiva más allá de permanecer o no en ella.

La casa está más grande y está más silenciosa. Y no es porque se haya agrandado o agregado nuevos ambientes. El tamaño sigue siendo exactamente el mismo pero los trayectos se han alargado inexplicablemente. Tan largos se volvieron que antes de trasladarse, por ejemplo, de la habitación a la cocina o del living a la habitación más pequeña, uno llega a evaluar y a considerar seriamente las razones suficientes. Porque pesan tanto las piernas como los recuerdos en cada uno de esos viajes eternos bajo techo. Y no dije nada de los ruidos. Si antes eran permanentes y previsibles; sobre todo aquellos ruidos de corridas de muebles o peleas de parejas a horas en donde se intentaba conciliar el sueño, ahora son esporádicos, abruptos y hasta a veces indescifrables tanto en cuánto a los sonidos emitidos como en la dirección de donde provienen. Quizá eso explique o de sentido parcialmente al uso de llaves en las puertas internas de la casa.

En la casa todavía quedan olores reconocidos, pero no estoy totalmente seguro si son olores reales o recordados. Los olores identificados o recordados (da igual), no son de alimentos ni de perfumes de ambiente o colonias. Me refiero a esos olores específicos que definen a un hogar habitado por determinadas personas. Esas personas o la suma de ellas generan ese olor especifico, único e irrepetible. Quizá con el correr de los días esos olores (reales o imaginarios), terminen desapareciendo de la nariz o de la memoria. Quizá no. No lo sé.

Volver a habitar una casa expulsiva es una incógnita o mejor dicho dos: ¿Hasta cuando? ¿Para qué?



Biaggio Piovasco.




domingo, 12 de julio de 2020

A la memoria de J.G. Que en paz descanses amigo...

En algún día de ese 1989 que se mudaron mis viejos, mi hermana y yo a la casita en la que siguen mis padres hasta el día de hoy, conocí a J. , mi primer amigo. J. usaba con el resto de sus hermanos y otros niños del barrio, nuestra casa en construcción como una especie de base para sacudir desde el altillo piedras, ladrillos, tejas y todo lo que encontraban en nuestra casa. Cuando la mudanza se consumó había una especie de reclamo de éstos porque la casa “no habitada” ya no estaba disponible, ya no estaba para jugar. Había unos intrusos que le estaban queriendo dar forma de hogar. Y algo de razón de tenían.
Pero nos hicimos amigos, a pesar de que yo no sabía muy bien que significaba eso. Tenía 5 años (J. tenía 6) y a mi me daba miedo casi todo. J. también me daba miedo, porque era un rubio bastante más grandote que yo, porque ya se agarraba a piñas con los hermanos mayores y porque soportaba una violencia física tremenda del viejo, que a mí me paralizaba y que en más de una ocasión mi propia madre frenó para que ésta no pasara a mayores. Si bien había una relación de protección de J. hacia mí también corría el riesgo de comerme algún sopapo si hacía o decía algo que a J. le molestara. Ese sopapo estaba totalmente justificado. Porque J. ya entendía cosas que yo no. J. era de cuero duro decíamos, porque a los 8 o 9 años se cayó de espaldas de la terraza de su casa, se la dio contra una canilla y solo estuvo uno o dos días internados. Al salir del hospital andaba como siempre: medio en pelotas por el barrio (invierno o verano daba igual) y luciendo esa venda en la espalda con mucho orgullo como corresponde.
Fueron pasando los años: los partidos por la “coca” contra los que vivían de la 35 a la 39, en los que casi siempre perdíamos (teníamos a F. que era nuestro gran financista de derrotas). A J. lo mandábamos al arco siempre (hay que reconocer que J. era bastante malo en el fútbol) y siempre se mandaba alguna cagada, pero perdíamos porque ellos jugaban mejor. Empezaron los primeros “asaltos” en el garaje de J. que siempre estaba disponible como el equipo de música, que era el mejor de toda la cuadra. Cuando repetí 8vo año y le pedi a los viejos salir de la escuela de curas, mis padres me anotaron en la municipal 8 y ahí terminé 9no con J. Ese año (1999), ahora que lo pienso, además de las horas compartidas en el barrio, nos soportábamos otras 4 o 5 horas más en la escuela y en el mismo salón. Y ahí también J. me protegía de alguna forma. Porque yo venia de la escuela de curas y "la 8" no era tan amigable para mí ni para L., otro amigo del barrio que también salio de la escuela de curas para terminar su EGB ahí. J. le decía a las maestras que en mi casa yo era un consentido y me hacía quedar bastante mal con algo de saña, pero si algún "picante" de la 8 se pasaba, J. estaba ahí para bancarme con la boca o con los puños.

Y los años nos fueron distanciando. Con L. decidimos probar suerte empezando la secundaria y digo probando porque no estaba tan claro que los chicos de nuestro barrio tenían que ir a la secundaria. Era más bien algo opcional. J. desistió de esa idea rápidamente porque le costaba (era duro-duro) y porque empezó a trabajar en todo lo relacionado al puerto: ranchín, astilleros, plantas, etc. Cuando nosotros terminamos la secundaria, a los pocos años, J. tuvo a su primer hija y de alguna forma él creía que nosotros estábamos en la boludés, porque él ya había ingresado a la vida adulta. Y nuevamente algo de razón tenía. Al empezar la facultad cada uno ya había hecho otros amigos pero entendíamos perfectamente que era algo natural y no había rencor entre las partes. Nos volvimos a encontrar en dos temporadas de verano donde yo juntaba unos mangos para estudiar, trabajando como (pésimo) pintor de barcos. J. ya hacía años que trabajaba en un astillero y sabíamos coincidir en el sanguche de las 12, a mitad de jornada. Recuerdo que J. renegaba de ese trabajo (trabajaba hasta 12 horas por día) y yo también de lo tóxica que era esa maldita pintura con silicona que se usaba para pintar barcos. La queja mía era para J. obviamente una mariconada.
Esto fue lo último más o menos duradero que compartimos. J. ya no vivía de sus viejos y sus hijos se fueron incrementando. Nos fuimos perdiendo, nos fuimos olvidando. Nos cruzamos hace más de un año y me comí un cachetazo en la cabeza de atrás porque no lo había reconocido. Nos dimos un abrazo, nos preguntamos como estábamos y nos mandamos saludos a nuestras familias.
Hace unas horas me enteré que J. decidió irse y que una parte de nuestra infancia se fue con él. Te voy a recordar siempre. Descansá.




sábado, 30 de mayo de 2020

"Pelea de gallos" de María Fernanda Ampuero


Editorial Páginas de espuma, Madrid. 2018.

Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero - Editorial Páginas de ...




"Soy guayaquileña, feminista, emigrante y escritora". Con esta carta de presentación me introduje en los relatos del libro "Pelea de gallos" (Editorial Páginas de espuma, Madrid. 2018) de María Fernanda Ampuero. Son trece cuentos, en general muy breves, que abordan desde una perspectiva feminista la problemática de la violencia y los abusos en el ámbito familiar. En casi todos los casos se trata de la mirada de una niña que sufrió alguna o muchas violencias, desde las simbólicas hasta las más crueles, en su tránsito a la vida adulta. Los escenarios donde transcurren las historias varían entre familias de clase alta y media, a sectores muy humildes sumergidos en la pobreza y la brutalidad. Abundan en sus relatos escenas grotescas y escatológicas donde todo se describe en un lenguaje directo y coloquial.

El primero de los cuentos que se titula "Subasta", está narrado por una mujer que se encuentra "de rodillas, con la cabeza gacha y cubierta con un trapo inmundo" (pág.5). O sea, secuestrada. Mientras recuerda su infancia en las peleas de gallos a las que asistía con su padre y era sistemáticamente violentada, nos explica su caída en una red de trata que subasta personas con base al mejor postor. El nivel de violencia del relato es impactante.

El segundo de los cuentos es "Monstruos" y esta narrado por una niña que mira películas de terror con Mercedes ("Blanquita, debilucha"), su hermana gemela. Ante la ausencia de los padres en la casa, ambas niñas se refugian en el cuidado de Narcisa, una niñera que tiene a penas dos años mas que ellas. El día que a las niñas les llega la regla, Narcisa les advierte los peligros de ser mujer: "Nos estaba haciendo daño cuando dijo que ahora sí que teníamos que cuidarnos más de los vivos que de los muertos, que ahora sí que teníamos que tenerles más miedo a los vivos que a los muertos" (pág. 14).

El tercero de los cuentos, "Griselda", lleva como título el nombre de una mujer que se dedicaba a hacer tortas temáticas para los cumpleaños de los niños del barrio. Conoceremos parcialmente su historia de violencia familiar a través del relato de una de las niñas vecinas que cada año elegía su torta con algún personaje favorito. La temática de este relato vuelve a ser la perdida de la inocencia en la infancia y la conciencia del ingreso a un mundo machista y violento en el momento que encuentran a Griselda muerta.

El cuarto de los cuentos es "Nam" y está narrado por una mujer que recuerda el descubrimiento de la sexualidad y su identidad homosexual durante su adolescencia. Este camino de exploración pero también de mucho sufrimiento por la discriminación sufrida -"A mi tampoco me aceptan pero lo mío es lo de siempre: gorda, morena, con lentes, peluda, rara"(pág. 19), es recorrido junto a una compañera del secundario, -quizá el primer amor- y su hermano.

En el quinto de los cuentos "Crías", una mujer nos cuenta su regreso a su ciudad natal, a la que abandonó hace muchos años, al igual que sus vecinas gemelas, Victoria y Vanesa. En su regreso visita a uno de los hermanos de las gemelas, el raro, ya convertido en adulto también. Nuevamente reaparece la violencia hacia las mujeres y niñas en el ámbito familiar. En un tramo puede leerse
"...tragándome las lágrimas porque en mi casa cuando te estás ahogando comes y cuando nadie te rescata comes y cuando estás morada, hinchada, muerta, comes. Mamá de todos modos no iba a hacer nada". (pág.29).

"Persianas", cambia por única vez en todo el libro a un narrador varón (Felipe), aunque también niño. Al igual que casi todos los relatos que fijan su atención en la perdida de la inocencia con algún hecho particular o traumático, en este caso se suma el mandato de asumir una masculinidad que es rechazada por el niño que narra la historia.

En "Cristo", el séptimo de los relatos, conocemos a una niña que tiene que cuidar a su hermano bebé (y gravemente  enfermo), mientras su madre se ausenta en la casa. La enorme responsabilidad del cuidado de un bebé se mezcla con un "ser niña" que se desvanece demasiado rápido ante tantas obligaciones impuestas y dificultades económicas familiares. Irrumpe el tema de la religiosidad en los sectores populares, pero creo que de una forma no demasiado convincente.

"Pasión", es la historia de otra mujer que sufre una violencia extrema en su ámbito familiar hasta que un día decide escaparse para seguir a un profeta religioso de quien recibirá los únicos actos de ternura en su vida.

"Luto", el octavo de los relatos, transcurre en una casa grande con sirvientes y esclavos donde viven tres hermanos, María, Marta y un hermano que ejerce la más cruel de las violencias contra sus hermanas, especialmente contra Marta, luego de encontrarla en su habitación masturbándose. Junto con "Subasta", el primero de los relatos, es el que más escenas violentas y escatológicas contiene.

En "Ali", el noveno de los cuentos aparece otra vez el tema de las violaciones en el seno familiar, de padres y hermanos, hacia las niñas de las casas. Lo diferente en este caso es que la narración no es en primera persona desde la voz de la víctima, si no desde las sirvientas que trabajaban en la casa familiar y cuidaban a la tan generosa y amable niña Alí.

Los últimos tres que están narrados en tercera persona son "Coro": sobre la mirada que tienen tres mujeres del personal doméstico."Cloro": la historia de una mujer posiblemente europea que observa  desde la ventana de un lujoso hotel latinoamericano, a tres hombres morenos limpiando una piscina, mientras reflexiona sobre su propia decadencia física. Y finalmente "Otra", que trata sobre la dependencia económica de una mujer que hace las compras en el supermercado. A pesar de su brevedad éste último me ha parecido muy interesante porque toma un camino diferente al resto de los relatos.

En general me ha gustado el libro, aunque en este caso los relatos no mantengan un nivel parejo. Sin dudas, los tres primeros están muy por encima del resto de los cuentos. Por otro lado, promediando la mitad del libro, uno termina de saturarse un poco con tanta reiteración en la forma  del abordaje, los recursos narrativos y las escenas descritas. Leerlo de una vez no ha sido una decisión del todo acertada. Sin embargo, "Pelea de gallos" no deja de ser un buen debut literario y un punto de partida firme para un trabajo que se afianzará con las próximas publicaciones.








sábado, 23 de mayo de 2020

"Enero" de Sara Gallardo.

Editorial Sudamericana. 1era Edición, 1958.

Enero Sara Gallardo Retira Microcentro/retiro - $ 120,00 en ...

Hace algunos años, en un programa de Canal Encuentro dedicado a las obras emblemáticas de la literatura argentina vi el especial de "Eisejuaz" de Sara Gallardo. Por supuesto que no había leído nada de ella y a penas conocía su nombre, pero me dieron ganas de leer esa novela tan original y que no tenía muchos puntos de contacto con el resto de la literatura argentina. Lamentablemente no logré conseguir el libro por ningún lado ya que las ediciones de la Editorial Sudamericana estaban agotadas hace muchos años y las nuevas ediciones no eran tan fáciles de conseguir. Su nombre volvió a leerse este último tiempo en distintos suplementos literarios, quizá por dos razones: por el re-lanzamiento de toda su obra literaria en al menos dos editoriales que he podido identificar (Ed. Fiordo y Ed. Malastierras) y por el uso -entendido en el mejor de los sentidos- político de su primera novela titulada “Enero” (Editorial Sudamericana. 1era Edición, 1958) que hoy mencionamos.

 "Enero" cuenta la historia de Nefer, una joven de 16 años que vive con su familia en un poblado rural del interior de Argentina. Tanto ella, como el resto de su familia, trabajan para una acaudalada familia dedicada a la producción ganadera y a la actividad comercial vinculada al puerto de Buenos Aires. Es un ejercicio interesante leer en forma paralela "Enero" con "Los dueños de la tierra" de David Viñas. Ambas novelas fueron publicadas en 1958 y ponen en evidencia tanto la estructura de clases argentina como la opresión oligárquica, aunque desde distintos lugares y con diferentes preocupaciones.

 Pero volviendo a "Enero", la trama gira en torno al abuso sexual sufrido por Nefer, su consecuente embarazo y la angustia de la joven frente a la posibilidad de que el resto de su familia se entere del hecho. La forma de presentar  esta terrible situación es, desde el inicio, a través del monólogo interior que la propia protagonista va desarrollando:

"Hablan de la cosecha y no saben que para entonces ya no habrá remedio...todos los que están aquí, y muchos más, van a saberlo, y nadie dejará de hablar...va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer" (pág. 8).

La noche de la fiesta de casamiento de Porota, para la que Nefer tanto se había preparado pensando en el encuentro con el "negro" Ramos (un famoso jinete del cual ella está enamorada), terminó de la peor forma. Primero, cuando ve al "negro" bailando con otra mujer y luego con el terrible suceso que la condujo a su sombrío presente. La forma de la descripción del ataque sexual, en este caso combina la voz de la víctima con la tercera persona:

 "La toma por un brazo y las espinas del monte se incrustan en su espalda. El hombre tiene bigotes y olor a vino, hace calor, las ramas de los árboles son un mundo, el Negro está con Delia, el hombre suda, hace calor, me ahogo, ah Negro, Negro, qué me has hecho, mirá mi vestido, era para vos. Durante meses esperé este día para invitarte" (pág. 13).

 Lejos de sentirse víctima, Nefer va atravesando distintos estados de ánimos y una bronca dirigida hacia todas las personas que conoce: primero hacia sí misma por su supuesta incapacidad para captar la atención del "negro", luego hacia el propio "negro" y a Delia, la mujer que éste elige en la fiesta. Más adelante hacia su madre y sus hermanas, que con su incomprensión o desconocimiento sobre su problema, profundizan el sentimiento de desamparo y soledad. Pero hay algo constante en sus pensamientos frente a la situación que está viviendo: la certeza de que morir es lo único que pondría fin a tanto dolor y verguenza.

En un momento dado Nefer toma el riesgo de escaparse de su casa y acercarse hasta la casa de una curandera que sabe que realiza abortos, incluso a mujeres que ella conoce. Pero el miedo a ese "que dirán", tan presente en este tipo de pueblos, hará que no pueda comunicar su necesidad a la curandera y que el problema persista. Luego de este intento frustrado, solo quedará rezar a Dios y que éste conceda el milagro para terminar con un embarazo que es concebido como un castigo. Pero la revelación de su embarazo al resto de su familia, no sólo no dará la respuesta tan esperada por Nefer, si no que profundizará la injusticia del caso.

 En la narración son constantes las referencias a un calor agobiante, sufrido por la protagonista, el resto de los personajes y los animales del campo:

 "Las hojas de los árboles y los molinos están inmóviles en el aire del verano y un perro acostado en la zanja la mira con el lomo embarrado (pág. 24)
 "Contempla a Alcira que duerme desabrochada y descalza con un brazo sobre la frente húmeda; luego se pone las alpargatas y sale atando un pañuelo bajo su barbilla. Deslumbrada, frunce los ojos y cruza el patio ardiente" (pág. 25).

 Y también una escritura que se esfuerza por reproducir el lenguaje propio de la gente de campo:

  —Buenas —dice—; ¿qué tal, Nefer?
Bieniusté, Luisa.
—Buenos días, niña Luisa —dice didácticamente el mucamo (pág. 16)
….
— ¿Cómo estás, m’hija? —dice—; seguí comiendo no más. Tu familia
bien, ¿no? Hace poco fué tu cumpleaños, ¿no es cierto? ¿Cuántos cumpliste? (pág.17).

“Enero” a pesar de su brevedad –menos de 100 páginas- me ha parecido una novela excelente. Es imposible no hacer una lectura en clave política con los debates en torno a la despenalización del aborto y la necesidad de una ley que lo permita reglamentar. Pero su mérito no se limita a esta interpelación con su potente mensaje que ha llevado a que los distintos feminismos la hayan recuperado en muchos textos que se pueden ver en la red. Porque el logro indiscutible de “Enero” es que está bien escrita, que le sobra belleza y que a través de su lenguaje poético y crudo trasmite el drama de una forma magistral.

















lunes, 18 de mayo de 2020

"Nuestro mundo muerto" de Liliana Colanzi.

Editorial Eterna Cadencia, 2017.

Eterna Cadencia - Nuestro mundo muerto

Liliana Colanzi es una de las escritoras bolivianas actuales más reconocidas y según la prensa y la crítica especializada, una de las grandes promesas literarias del continente. Si bien su obra se extiende a solo tres compilaciones de cuentos no demasiado extensos cada uno, la calidad de su trabajo la sitúan en un lugar más que merecido. En algunas entrevistas que pude ver en la red la autora hace una defensa permanente del género cuento, tratando de diferenciarse de aquellas posiciones literarias que lo consideran como un género menor o subordinado a la novela. "Nuestro mundo muerto" (Editorial Eterna Cadencia, 2017), es su tercera publicación y está compuesta por ocho cuentos imposibles de encasillar en un solo género, ya que abundan en partes iguales ciencia ficción, realismo, misterio, terror y todo lo que podamos imaginar.

"El Ojo", es el primero de los cuentos y trata de la lucha constante de una joven universitaria por liberarse de una madre controladora y "de su Ojo que lo abarca todo"(Pág. 8). El Ojo materno que la joven lleva incorporado a su cuerpo controla cada uno de sus pasos, sus olores y hasta sus pensamientos. Pero la opresión y la obediencia a los mandatos familiares comienzan a acabarse cuando la joven conoce a un compañero de la universidad con quien mantiene relaciones sexuales en el cine.

"Alfredito", dedicado a un amigo inmortal llamado Alfredo Parada Cháves, es el segundo cuento. La narradora es una mujer de clase media que recuerda la muerte de Alfredito, compañero de 5to grado, mientras era cuidada por su nana indígena . El relato se sitúa centralmente en el día del velorio de Alfredito, al que la niña asistió con su madre, maestra, cura y el resto de sus compañeros. Lo sobrenatural o fantástico aparece aquí en la creencia de los niños de que Alfredo regrese a la vida. Quizá más que fantástico sea la transmisión cultural de la propia niñera para quien los muertos nunca se van.

"La Ola", es el tercero de los cuentos donde una joven estudiante cruceña en Cornell, narra el fenómeno de la Ola que genera los suicidios de jóvenes y otros males. Mientras la joven se hunde en el insomnio y la nostalgia de su mundo perdido, piensa en escribir sobre el achachairú (la fruta más deliciosa del mundo que sólo crece en Santa Cruz). De pronto la llamada de su madre con la noticia de su padre agonizando la llevan de urgencia a su tierra.

"Meteorito", es el cuarto de los cuentos y transcurre en la localidad de San Borja. Allí, Rudy, un estanciero obeso y en pleno tratamiento, deberá enfrentar la situación del fallecimiento de un niño-peón en sus tierras, luego de una patada de un animal. Lo que al principio parecía un delirio místico del niño -las capacidad de éste para comunicarse con seres superiores- comienza a confirmarse con una serie de hechos inexplicables.

"Caníbal", es el quinto de los cuentos y transcurre en París el día en que una pareja de mujeres llega a la ciudad y que la televisión anuncia que el asesino-caníbal-y-ex-actor-porno-gay se esconde en esa ciudad. Mientras una de las chicas, Vanessa, sale del hotel para entregar un paquete y cerrar un negocio ilegal, la otra chica comienza a recordar cuestiones de su vida familiar en Bolivia y su obsesión por Vanessa.

"Chaco", es el sexto de los cuentos y sin dudas mi favorito de todo el libro. El narrador es un joven de 18 años que vive con su abuelo borracho y su madre tartamuda. Su abuelo de joven había participado en un operativo del gobierno donde se desalojó a los Matacos de sus tierras para avanzar con la explotación petrolera. En medio del aburrimiento del pueblo, este joven se convierte en el asesino de un mataco borracho que vivía tirado al costado de la ruta y de su propio abuelo -para quien el joven padecía la lepra de la mentira- por orden del mataco, que a pesar de muerto logra meterse en su cabeza y ordenar el asesinato de su abuelo.

"Nuestro mundo muerto", título que da nombre al libro es el séptimo de los cuentos y se encuadra en un relato clásico de ciencia ficción. La posibilidad de explorar Marte, a través de la promoción de una empresa que concede esta experiencia, llevan a Mirka (la narradora), Pip, Zukofsky y otras personas que quieren dejar atrás los dolores de la tierra, a embarcarse en un viaje de no retorno mientras reviven las heridas del mundo que ya no existe y la adaptación a uno desconocido y hostil.

"Cuento con pájaro", es el octavo y último de los cuentos y debo confesar que es el de más difícil lectura, lo que me motivó a releerlo. El relato está narrado por distintas voces y en distintas temporalidades que se anuncian al comienzo de cada apartado. Los temas centrales serán nuevamente la expulsión de indígenas -ayoreos- y su explotación en las zafras, como así también el avance del narcotráfico en esas zonas. Sobre el final del libro, en las notas, la autora señala que las partes en cursivas son testimonios de indios ayoreos recogidos de un libro del antropólogo Lucas Bessire.

"Nuestro mundo muerto", mantiene un nivel parejo en todos los relatos y cautiva al lector desde el comienzo hasta el final. Hay algunos temas constantes en los relatos como los conflictos familiares (o mejor dicho generacionales), las relaciones complejas entre colonos/colonizados o las distintas cosmovisiones indígenas que conviven y disputan los sentidos en un país tan diverso como Bolivia. Los personajes, casi siempre en los márgenes, con sus obsesiones y paranoias, también logran atrapar a un lector que al finalizar cada relato no encuentra historias cerradas ni interpretaciones únicas al alcance de su mano.








martes, 12 de mayo de 2020

"Las cosas que perdimos en el fuego" de Mariana Enríquez

Anagrama, 1era Edición 2016.

Las cosas que perdimos en el fuego - Enriquez, Mariana - 978-84 ...

En redes sociales, en los grupos de Whatsapp del trabajo, en charlas de amigos y también de amigos de amigos, se ha colado el nombre de la escritora argentina Mariana Enríquez. Si bien solo había leído varios de sus artículos en el suplemento Radar de Página 12, tenía la certeza de que en algún momento de esta interminable cuarentena iba a empezar a leer alguno de sus libros y finalmente empecé por los doce relatos de terror que conforman "Las cosas que perdimos en el fuego" (.Anagrama, 1era Edición 2016).

El primero de los relatos titulado "El chico sucio", trata de una mujer que decide mudarse a una casa familiar, ubicada en el barrio de Constitución (CABA). En el relato la mujer nos describe el proceso de transformación de Constitución y su cambio de identidad de barrio de elite a barrio popular. Allí el delito y la marginalidad son las monedas más corrientes pero la narradora cree sentirse a gusto en ese barrio, aunque viva situaciones de riesgo y temores constantes. En un momento la mujer conoce a uno de los tantos niños que viven en las calles, en este caso con su madre adicta al paco y con una mirada endemoniada según su descripción. El anuncio en la televisión de la aparición de un niño degollado con las mismas características que "El chico sucio", hacen entrar en pánico a la mujer quien va conociendo un poco más de un barrio donde abundan los ritos satánicos y los altares del Gauchito Gil o San La muerte que conforman la escenografía de un mundo que no logra comprender del todo.

El segundo de los relatos se titula "La hostería" y cuenta la historia de tres mujeres: madre y sus dos hijas (Lali y Florencia), que por pedido del padre de las chicas, político y en plena campaña electoral, se mudan de La Rioja a Sinogasta. Una vez instaladas en su casa del pueblo, una de las amigas de Florencia le cuenta que su padre fue echado de la hostería en la que trabajaba como guía desde hacía mucho tiempo. Esta amiga convence a Florencia de meterse de noche en la hostería para llevar a cabo una "venganza" que se termina frustrando por el pánico de las dos jóvenes al escuchar los gritos y los golpes de las personas que allí fueron torturadas y asesinadas hace mucho tiempo atrás cuando el lugar fuera usado por la policía en tiempos de la dictadura.

El tercero de los relatos es "Los años intoxicados", que según Enriquez es, quizá, el más cercano a ella. La narradora divide el relato entre 1989-1994, los años del secundario y recuerda una época de mucho consumo de drogas con sus compañeras inseparables del colegio y la obsesión de ella y sus amigas con una bruja adolescente que se pierde en un bosque en el medio de la noche. En el relato, dividido en años, va mencionando algunos hechos de aquella época (los apagones energéticos de fines de los 80s y la entrega anticipada del poder de Alfonsín, las privatizaciones, el desempleo y el deterioro social del menemismo, etc).

El cuarto de los relatos es "La casa de Adela", donde una mujer recuerda la historia de una casa embrujada en el barrio de Lanús a la que un día, siendo una niña, decide entrar de noche junto a su hermano mayor y una vecinita que tenía un solo brazo. Una de las paredes termina encerrando a la niña del muñon en el hombro haciendola desaparecer para siempre, mientras su hermano muere en la vías del tren tiempo después del misterioso episodio de la casa embrujada.

El quinto de los relatos es "Pablito clavó un clavito: Una evocación del Petiso Orejudo". El único narrado y protagonizado por un hombre. Este hombre, llamado Pablo, trabaja como guía turístico recorriendo sitios donde ocurrieron los asesinatos más conocidos de Buenos Aires. En uno de estos recorridos, se le aparece el Petiso Orejudo (fallecido en 1944), un asesino de niños de principios del siglo XX que sin dudas es su personaje favorito. La descripción de los asesinatos del Petiso Orejudo se van alternando con la vida familiar del guía.

El sexto de los relatos que transcurre entre Corrientes y Asunción en la década del 80, se titula "Tela de araña". La narradora es una mujer que detesta a su marido pero decide viajar con él a visitar familiares en Corrientes. Una vez instalados en la casa familiar el matrimonio decide acompañar a la prima de la mujer a comprar unas telas a Asunción. En el camino la relación entre los esposos se va a deteriorando al punto tal que el esposo termina desapareciendo de un momento a otro. Vuelve en este cuento "la aparición de los desaparecidos" durante la dictadura, a través del testimonio de un camionero que narra un suceso en una ruta que fuera construida sobre fosas comunes.

El séptimo de los relatos "Fin de curso" vuelve a tener de protagonistas a chicas del secundario. Esta vez con la historia de Marcela, una chica que escucha voces que la inducen a lastimarse en la escuela, incluso frente a la vista de todos y sin sentir ningún tipo de dolor. Si bien no se explica demasiado sobre el comportamiento de la adolescente, sobre el final del cuento nos enteramos que la violencia autoinfligida, en este caso, es contagiosa.

El octavo relato es "Nada de carne sobre nosotras" y cuenta la historia de una mujer que también se encuentra en plena crisis con su pareja al que empieza a detestar por lo mucho que ha engordado. El hallazgo de una calavera a la que bautiza como Vera, va enloqueciendo a la mujer y agudizando su anorexia.

El noveno relato "El patio del vecino", es el más terrorífico y cuenta la historia de una mujer que se muda a una nueva casa junto a su marido y una gatita. Mientras se describe el difícil momento que está viviendo Paula -con la perdida de su padre y de su trabajo tras ser echada luego de una falta grave en el hogar de transito de menores-, la protagonista comienza a ver desde su terraza a un chico que camina encadenado en el patio de su vecino. A pesar de contarle a su esposo, solo ella puede ver al chico, lo que termina agudizando la crisis entre ella y su esposo que decide abandonarla. El final del cuento es espeluznante.

El décimo relato es "Bajo el agua negra", situado en una villa emergencia de la zona sur de Buenos Aires a orilla del Río de la Plata, donde una fiscal investiga el asesinato de dos adolescentes en manos de policías borrachos que luego de propiciarles una paliza, deciden arrojarlos a las inmundas aguas del Riachuelo. El lugar es conocido por la fiscal de la época en que ayudó a unos pobladores de la villa a ganarles un juicio contra una curtiembre, responsable de que la  gente se enfermara y los niños nacieran con estremecedoras malformaciones y otros defectos. En el relato vuelven a tener presencia los santos populares y la aparición de "muertos vivos" que en este caso es uno de los chicos asesinados, víctima de la violencia policial.

El onceavo relato es "Verde rojo anaranjado", y nos habla de una chica que se comunica por internet con un amigo que vive encerrado al estilo de un Hikkimori, que según la wikipedia es "es un término japonés para referirse al fenómeno social que consiste en personas apartadas que han escogido abandonar la vida social; a menudo buscando grados extremos de aislamiento y confinamiento, debido a varios factores personales y sociales en sus vidas". De todos los relatos este me pareció el menos interesante.

El último relato es "Las cosas que perdimos en el fuego" y narra la Historia de una agrupación de mujeres que deciden prenderse fuego después de que se sucedan los ataques machistas con quemaduras a ellas. Según la autora el texto estuvo influenciado por el emblemático caso de Wanda Tadei y por otra chica con su cuerpo totalmente quemado pero de un atractivo impresionante que solía ver en el subte.

He disfrutado muchísimo cada uno de los relatos de "Las cosas que perdimos en el fuego" al punto de quedar con ganas de algún cuento más al terminar de leerlo. No soy un lector muy conocedor del género más allá de los clásicos como Poe o Lovecraft, pero creo que la combinación del género con la mirada crítica de la sociedad que tiene la autora y los escenarios en donde transcurren cada uno de sus relatos convierten al libro en algo muy original y atractivo para el lector.






domingo, 10 de mayo de 2020

Los niños perdidos. Un ensayo en 40 preguntas de Valeria Luiselli

Editorial Sexto Piso, 2016.

Valeria Luiselli habla sobre su libro 'Los niños perdidos' y la ...



En el verano de 2015 tuve la posibilidad de recorrer durante poco más de tres meses Centroamérica, particularmente el llamado Triángulo del Norte, región comprendida por Guatemala, El Salvador y Honduras. Al igual que el resto de Centroamérica en esta región uno puede descubrir una belleza singular caracterizada por la diversidad y los marcados contrastes: cordilleras, volcanes, zonas áridas y de repente, verdes junglas a lo largo de la costa. Un clima templado durante todo el año, con altas temperaturas durante las mañanas y algo más fresco por las noches. Pero también con una realidad compleja, marcada por la pobreza extrema y la presencia de un crimen organizado que azota a todas las poblaciones y que prácticamente conforma un Estado paralelo y en permanente disputa con los estados constituidos. En ese 2015 uno de los temas que más se hablaba en los distintos medios de comunicación y en la calle de estos países era la problemática de "la crisis migratoria" (vista así desde los EEUU, que son quienes reciben a los migrantes) y el endurecimiento de las normas migratorias con la implementación del programa mexicano "Frontera Sur". Toparme con los libros de Valeria Luiselli, su última novela "Desierto sonoro" (Ed Sigilo, 2019) y este ensayo anterior titulado "Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas" (Ed. Sexto Piso, 2016), que están directamente conectados, me han hecho regresar un poco a los días de ese viaje y a la problemática de los migrantes centroamericanos que lejos está aún de resolverse.

"Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas)", titulo surgido de las conversaciones de la autora con su pequeña hija, es un breve pero gran libro que logra introducir al lector de forma profunda en la situación de los niños migrantes, en su mayoría de las nacionalidades aludidas más arriba, que intentan llegar a los Estados Unidos atravesando todo México. Muchos de estos niños, que pueden tener entre 2 y 16 años, fueron entrevistados por Valeria Luiselli cuando trabajó, junto a su sobrina, como traductora de la Corte Federal de Inmigración de Nueva York, encargada de informar al procedimiento legal que luego decidirá, nada mas ni nada menos, que la deportación o el otorgamiento de asilo a estos niños migrantes.

El libro está prologado por el periodista estadounidense Jon Lee Anderson de larga trayectoria y conocedor de temas latinoamericanos, quien además de recuperar algunas de las partes del libro de Luiselli pone en contexto la publicación de esta obra literaria y periodística de gran potencia:

"El libro de Valeria Luiselli aparece mientras se vive una coyuntura particularmente álgida entre su país de origen, México, y su patria adoptiva, los Estados Unidos. Conforme la campaña presidencial estadounidense entraba a su recta final en 2016, la naturaleza de la relación de los Estados Unidos con México se convirtió en una de las principales plataformas en la candidatura del magnate republicano, Donald Trump, quien famosamente se refirió a los mexicanos como intrusos no bienvenidos, como «violadores, ladrones y asesinos», y realizó un llamado para construir un muro a lo largo de la frontera. Por si fuera poco, en un aparente esfuerzo por acentuar la humillación del gesto, siempre insistió en que «los mexicanos lo pagarán»" (Página 7).

Luego los 4 capítulos del libro estarán organizados en torno a cuatro conceptos utilizados por la Corte para que los niños puedan recordar su viaje cronologicamente. Estos son: 1) Frontera: coyote, migra, hielera, albergue, 2) Corte: la puerta, abogados, 3) Casa: familia, guardianes, 4) Comunidad. De esta forma se organiza la entrevista con las 40 preguntas que Valeria Luiselli traduce a los niños y que luego transcribe al inglés.

"¿Por qué viniste a EEUU?", "¿Cuando entraste?", "¿Con quien viajaste?", "¿Qué países cruzaste?", "¿Te ocurrió algo durante el viaje que te asustara o lastimara?", "¿Alguien te ha lastimado en EEUU?", "¿Tienes algún familiar en EEUU con quien vivir?"... y así hasta completar las 40 preguntas que intentan reconstruir cada historia de cada uno de esos niños centroamericanos que desesperados en sus derruidas naciones deciden emprender un viaje plagado de violencias y abusos. Las cifras de esas violencias que acontecen principalmente en territoritorio mexicano registran un 80% de las mujeres violadas, 11 333 víctimas de secuestros ocurridos entre abril y septiembre del año 2010 –un período de sólo 6 meses- y más de 120 mil migrantes desaparecidos desde 2006.

A medida que Luiselli va traduciendo las preguntas del cuestionario a los niños, al que define como cinicamente frío y distante, transcribe las distintas respuestas ("A veces en primera persona, a veces en tercera persona") que le van dando los niños y también se detiene en las dificultades para lograr, a partir de los relatos escuchados, una narración coherente que dé cuenta de la complejidad y la magnitud del problema, pero sobre todo de los pedecimientos que sufren estos niños tanto en sus países de orígen como durante el largo viaje que los lleva a la frontera de EEUU:

"El problema es que las historias de los niños siempre llegan como revueltas, llenas de interferencias, casi tartamudeadas. Son historias de vidas tan devastadas y rotas, que a veces resulta imposible imponerles un orden narrativo" (Página 28).

La suerte de cada uno de estos niños depende en muchos casos de lo que cuentan en estas entrevistas. Por ejemplo en los casos de los niños mexicanos, si se comprueba que no sufrieron ningún abuso físico o psicológico en EEUU y su retorno no implica ningún riesgo para ellos, son inmediatamente deportados sin ninguna posibilidad de apelación. En el caso del resto de las nacionalidades centroamericanas, existen varios vericuetos legales que permiten a los abogados evitar las deportaciones -por ejemplo comprobándose alguna agresión hacia ellos en suelo norteamericano o en situaciones donde la deportación implica un peligro de muerte real-, entrando en un larguisimo proceso judicial que incluye estadías en albergues para migrantes, búsqueda de familiares en EEUU -la gran mayoría viaja detrás de padres o familiares ya instalados en el país- solicitudes de ingreso a instituciones educativas, solicitudes de distintos tipos de permisos de residencia, etc.

En la última parte del libro Valeria Luiselli avanza un poco en la definición del problema y las posibles acciones que permitan dar si no soluciones de fondo, si al menos, paliativos que permitan mejorar las residencias y la integración de estos migrantes en EEUU. Respecto a lo primero propone dejar de ver esta problemática como suele hacer gran parte de la dirigencia y la opinión pública norteamericana, responsabilizando o haciendo foco sólo en la "situación centroamericana" con las guerras de pandillas y todos esos problemas que EEUU debería, según esta visión, mantener fuera de su frontera. Por el contrario define al problema desde una perspectiva hemisférica donde las culpabilidades deben repartirse tanto como las acciones que se propongan solucionarlo:

 "Se suele pensar que las migraciones como la de todos estos niños son un problema «de ellos» –los bárbaros del sur–, de modo que «nosotros» –en el civilizado norte– no tenemos por qué lavarles la ropa sucia. La devastación del tejido social en países como Honduras, El Salvador, Guatemala se suele concebir como un problema centroamericano de «violencia de pandillas» que hay que mantener de ese lado de las fronteras. Se dice poco o nada del control de armas que se trafican desde Estados Unidos hacia México y Centroamérica. De igual modo, la «guerra contra las drogas» se sigue pensando como un fenómeno circunscrito a México, en donde Estados Unidos juega un papel acaso indirecto – a través del trasiego ilegal de armas, por un lado, y el consumo de las drogas, por otro (un vínculo, por cierto, de por sí bastante directo)" (Pág. 56).

Por el lado de las acciones que deberían implementarse y profundizarse la autora deposita su confianza en la amplificación de todas estas voces registradas en su libro que están ahí para ser escuchadas y que a través de sus testimonios se concientice en la necesidad de cambiar no sólo las políticas migratorias si no la realidad de todo un continente. La autora destaca el ejemplo de Manu, uno de los personajes del libro que probablemente tenga otro nombre, que logró torcer el brazo a las políticas migratorias expulsivas a través de la exposición de su caso y también en el trabajo de organizaciones comunitarias como la Teenage Inmigrant Integration (TIIAS), que si bien se inician como organizaciones de asistencia y ayuda inmediata a los inmigrantes, pueden articular acciones políticas indispensables para mejorar las vidas de estas personas y visibilizar ante el mundo su situación.

El libro de Valeria Luiselli me ha parecido excelente porque la autora nos da claves para entender y hacer frente a un fenómeno complejo como es el de la inmigración de niños, pese a los discursos hegemónicos del poder que niegan e invisibilizan estas tragedias constantes. Pero además el hecho de ser un texto de denuncia no impide o limita la belleza literaria que la autora reafirma en su última novela "Desierto sonoro" y que aún no he logrado terminar de leer.